La hiperinstantaneidad

0tabletop-3453Un proverbio irlandés reza «Dios creó el tiempo, pero el hombre creó la prisa». La sociedad hiperdigital es un mundo acelerado, en el que cada vez es más difícil encontrar espacio para la pausa. En el mundo digital todo sucede en directo, en presente, no hay espera. Lo importante no es lo que es, ni siquiera lo que va a pasar, sino lo que está pasando. En la sociedad hiperdigital lo relevante no son los hechos, sino el flujo.

El tiempo como referencia vital

El espacio y el tiempo nos permiten poner orden al mundo. El ser humano desarrolló y utilizó el pensamiento abstracto para conocer la naturaleza, el mar, los animales, los objetos, todo aquello que se hallaba más allá de su propio cuerpo. Con el transcurso de los siglos, todo eso se enmarcó en los conceptos de tiempo y espacio, que se convirtieron en el referente de la consciencia. A medida que el hombre fue capaz de transportarse más rápidamente y más lejos, el concepto del espacio y del tiempo fue modificándose. Para los habitantes del Imperio romano el concepto del mundo accesible, su contexto vital, no tiene nada que ver con el de los habitantes del siglo XX, una vez el tren había democratizado la posibilidad de trasladarse a grandes distancias en un tiempo razonable. Así, vimos cómo la tecnología alteraba profundamente nuestro marco vital espacio-temporal.

La digitalización está transformando también el significado de ambos conceptos minimizando la importancia de la distancia y del tiempo. Las nuevas tecnologías han fomentado una dictadura de la instantaneidad, que estamos asumiendo sin cuestionar sus consecuencias. El espacio y el tiempo se confunden en la red, es difícil saber dónde y cuándo estamos. Todos nosotros nos vemos absorbidos y asimilados en una esfera virtual sin profundidad. Los seres humanos de la sociedad hiperdigital necesitamos decodificar el tiempo y el espacio virtual, para poder así dar sentido a los eventos y discernir lo importante de lo accesorio. La tecnología ha dejado atrás su condición de mediadora entre la realidad y el ser humano, puesto que ha excedido los límites tradicionales de sus funciones, ocupándolo todo. La inercia de la progresiva implantación de una realidad tecnológica ha colonizado las nociones de espacio y tiempo y se ha convertido en la única realidad visible, llegando a ocupar el todo de la experiencia humana.

La vida es lo que fue

La vida antes de la hiperinstantaneidad, sin embargo, se vivía fundamentalmente en pasado. Desde que empezamos a socializarnos, los humanos nos hemos dedicado en buena medida a recorrer y valorar continuamente lo sucedido. Las notas escolares valoran nuestro desempeño escolar cada trimestre; las facturas del teléfono y del resto de suministros básicos nos llegan a intervalos prefijados; las elecciones cada cuatro años, la renovación del carnet de conducir cada diez; los informes periódicos de ventas nos informan sobre qué tal nos ha ido en el último mes, o año. Esta información, aunque valiosa, sólo explica a posteriori lo que ha sucedido. El mencionado informe de ventas podía mostrarnos un buen rendimiento del negocio, cuando en el presente podría estar sucediendo un evento desastroso para nuestra actividad comercial, completamente inadvertido en el documento, en el que sólo repararíamos en el próximo informe mensual, demasiado tarde para remediarlo o mitigar sus efectos. La encuesta electoral, encargada por un medio de comunicación para presentarla en el informativo de máxima audiencia, refleja el estado de opinión de hace dos semanas, cuando en ese tiempo el candidato del partido líder puede haberse visto inmerso en un escándalo de corrupción que destruya completamente sus opciones de victoria.

Estábamos acostumbrados a comprar cosas por anticipado, para consumir en el futuro. Compraba mis libros en los tres o seis meses anteriores de las vacaciones de verano, esperando tener tiempo para leerlos en mi mes de descanso. Tomaba la decisión de comprarlos demasiado pronto, gastando el dinero también antes de tiempo. Quizá en esos tres meses mis circunstancias habrían cambiado y el libro ya no me interesase tanto, pero ya estaba comprado. En la sociedad hiperdigital compro el libro (y pago por él) sólo un momento antes de empezar a leerlo. Hemos pasado de vivir en un pasado de semanas a un pasado de horas, pero no nos vamos a quedar aquí. En la sociedad hiperdigital vamos a acostumbrarnos a vivir en el presente.

Viviendo en el instante presente

Estamos empezando a vivir en la instantaneidad. Cada vez tenemos menos paciencia, menos tolerancia a la espera. Queremos poder acceder al conocimiento relevante instantáneamente. Estamos en una cena y alguien pregunta por el nombre de tal actor de tal película e inmediatamente Google o IMDb nos resuelven la duda. ¿La edad de George Clooney? Wikipedia nos lo dice en un instante. La tecnología nos acerca a la posibilidad de saberlo todo instantáneamente, de eliminar los tiempos muertos. Hace dos décadas íbamos a la oficina bancaria, o al cajero automático, para actualizar nuestra libreta de ahorros periódicamente, por ejemplo, cada quince días. Ahora consultamos nuestras operaciones inmediatamente; de hecho, probablemente recibimos una alerta en nuestro teléfono móvil cada vez que hay un movimiento significativo. Nos parece inaceptable cualquier retraso en el abono de nuestra nómina, o de una transferencia bancaria. El resultado de un análisis de sangre tardaba quince días, en los que los hipocondríacos teníamos tiempo de especular locamente sobre la gravedad de nuestra condición. Ahora podemos tenerlo al día siguiente, incluso consultarlo el mismo día por internet.

Los periódicos de la mañana nos contaban el mundo de ayer, y nos parecía suficiente. Los diarios están muriendo, entre otras cosas, porque ya no aceptamos vivir en diferido. Veíamos las series en la televisión cuando las programaban, a intervalos prefijados, y nos esperábamos una semana para conocer el desenlace. Plataformas como Netflix ahora publican las series completas, para que las podamos consumir cuando queramos, instantáneamente, acompasadas a nuestro interés y estilo de vida. Recibo una recomendación sobre un libro en Amazon, pulso el botón de comprar en un clic y apenas veinte segundos después estoy echando un vistazo a la dedicatoria del autor en mi Kindle. Hace años —hoy todavía—, el éxito de un libro se medía por las reediciones que el texto había conseguido. ¿Ediciones? ¿Qué significa eso? Si la tirada de un libro era de 10 000 ejemplares, ¿Qué sucedía con el lector potencial 10.001? ¿Debía esperarse, resignarse a que hubiese un número suficiente de potenciales compradores que recomendasen una nueva edición?

Inmediatez y superficialidad

La inmediatez lleva aparejado un efecto indeseado: la superficialidad. Las personas muy activas en redes sociales interactúan en ellas decenas de veces al día, compartiendo su opinión sobre los más diversos temas, en directo, en ocasiones sin haber tenido tiempo material de generar un cierto poso, de haber reflexionado lo más mínimo. La era de la comunicación instantánea es irresistiblemente atractiva, pero nunca hemos resbalado tanto por la superficie ni reposado tan poco la información.

Para poder responder instantáneamente, necesitamos que todo sea superficie, que los documentos que leemos, las opiniones que oímos, los asuntos que estudiamos, no tengan profundidad. En una actividad profesional absorbente, entre reuniones, correos electrónicos y comunicaciones variadas las veinticuatro horas al día, se impone la tendencia de no admitir documentos de más de tres páginas. Vivimos ante una obsesión por lo conciso, por lo sintético, por concentrar la información que nos obliga a despreciar los detalles. Y el diablo está en los detalles.

Michael Ignatieff, en su libro Fuego y cenizas, habla del «mundo del eterno presente», en el que cada sílaba, cada tuit, cada publicación en Facebook, cada fotografía embarazosa, permanecen en el ciberespacio, siempre a tu lado, siempre presente. La hiperinstantaneidad está dejando su impronta en la política y en los medios de comunicación. La política está acelerada y las grandes estrategias para el largo plazo —esas que son fundamentales para las grandes transformaciones de los países— casan mal con esta época en que cada acontecimiento exige una reacción constante y el silencio reflexivo se ha convertido en sospechoso. La solidez de los planes de los partidos se erosiona en la medida en que debe adaptarse a cada acontecimiento diario, perdiendo de vista a menudo el largo trazo.

De los hechos a los flujos

En la economía hiperdigital necesitamos conocer lo que está sucediendo, las cosas cambian demasiado como para que podamos permitirnos vivir en el pasado. Lo importante es el flujo, no el estado. La agilidad requiere de la vigilia, de la atención constante. No estamos equipados para estar siempre alerta; las empresas no tienen mecanismos adecuados para sobrellevar la esclavitud del flujo constante de eventos. Si el lector sigue a un volumen suficiente de personas en Twitter, habrá experimentado la imposibilidad física de prestar atención a todo lo que sucede. En el mundo hipervirtualizado de los flujos, si no lo ves, te lo pierdes. Hay que estar. Los adolescentes que comparten experiencias en Snapchat son conscientes de lo efímero de los sucesos en el mundo virtualizado. O estás o se fue.

La hiperinstantaneidad puede afectar a nuestro completo estilo de vida, incluso a las convenciones sociales. La democracia representativa, por ejemplo. El sistema político de elecciones cada cuatro años, período para el que elegimos a unos representantes que hablen y actúen en nuestro nombre, es predigital. ¿Por qué tenemos que esperar cuatro años para opinar? ¿Podemos llevar la hiperinstantaneidad a la política? ¿Por qué no consultamos a los votantes electrónicamente su opinión sobre las leyes importantes, continuamente, sin esperar a las próximas elecciones? Nos regimos por una Constitución aprobada en el pasado, hace cuarenta años. La aprobación de la Constitución es la expresión de un consenso de hace casi medio siglo, alcanzado por personas que hoy han muerto o están próximos a ser ancianos. El mundo ha cambiado enormemente desde entonces, pero seguimos rigiéndonos por unas reglas del pasado. La hiperinstantaneidad probablemente posibilitará una nueva forma de democracia asamblearia digital que a nuestros padres les parecía imposible.

Amazon ha creado los Dash Buttons, que son pequeños dispositivos, del tamaño de una llave USB, que te permite pedir tu producto favorito con tan solo pulsar un botón. Lo configuras con la aplicación móvil de Amazon, lo cuelgas de la nevera o de la lavadora, por ejemplo, y cuando necesitas el producto simplemente lo pulsas y el dispositivo solicita la compra del artículo sin necesidad de que hagas nada más. En Estados Unidos, el dispositivo tiene un éxito enorme. En 2017, Amazon perdió los derechos exclusivos de uso de la funcionalidad de compra 1-Clic al expirar una patente que le fue concedida hace casi dos décadas. El botón 1-Clic es una funcionalidad diabólica, por la que el pobre usuario puede adquirir por impulso un artículo sin necesidad de pasar por el insoportablemente farragoso proceso de checkout, en el que normalmente se proporciona la información necesaria para completar la compra. Reconozco que ese botón ha supuesto una importante merma de mi cuenta corriente, tanto que prefiero no saberlo. Puede parecer una función simple en un momento donde las interfaces en comercio electrónico son tan avanzadas, pero desde 1999 Amazon es el único que lo ha podido utilizar de forma legal y transparente gracias a la concesión de esta patente que la firma ha defendido a todos los niveles. Se cree que el valor de la patente en licencias junto a una estimación de aumento de ventas de un 5% para Amazon se eleva a 2400 millones de dólares.

Otro ejemplo son las tiendas Amazon Go, que la firma de Jeff Bezos está desplegando. Son la hiperinstantaneidad convertida en tienda física. No hay cajeros, y por tanto ni hay colas, ni espera. El concepto patentado por Amazon se llama Just Walk Out, y quiere decir justamente eso: cógelo y márchate, sin esperas, instantáneamente. El usuario descarga su aplicación en su teléfono y ya está. Sistemas de visión aumentada e inteligencia artificial determinan qué producto has cogido de los estantes y te lo cobra tras tu salida de la tienda, una vez tú has confirmado que el sistema ha calculado adecuadamente el precio de los artículos que has tomado. Un nuevo ejemplo de la hiperinstantaneidad es Zapper para restaurantes. La aplicación móvil permite a los clientes pagar utilizando sus smartphones sin tener que volver a llamar al camarero. El cliente escanea un código QR de su cuenta para pagar de forma instantánea. Finalmente recibe inmediatamente una notificación de pago satisfactorio, al igual que el restaurante.

Expectativa de inmediatez

Queremos estar disponibles las veinticuatro horas, nos sentimos mal si ejercemos nuestro derecho a la pausa, a la intimidad, a la desconexión. Somos esclavos de los flujos, permanentemente distraídos, interrumpidos, perturbados. La reflexión es un lujo que no podemos permitirnos. La conectividad permanente traza una delgada línea que separa el progreso de la tiranía de estar siempre localizado.

Queremos tener experiencias inmediatas. Esperamos que los servicios estén siempre disponibles, que las tiendas estén permanentemente abiertas, no hacer colas, no guardar tanda, no aguardar nuestro turno, no pedir citas. Perseguimos servicios con atención continua y una entrega hiperveloz de los productos que compramos; a este respecto los nuevos servicios de entrega inmediata se están enfrentando a enormes retos logísticos a la hora de cumplir sus entregas. Ya no es necesario mirar nuestra agenda para pedir cita para un doctor, porque toda la información necesaria para diagnosticarnos, síntomas, enfermedades y posibles curas están a nuestro alcance a través de un clic gracias a las consultas médicas virtuales.

Nos enfrentamos a una cierta paradoja: la hiperinstantaneidad se está instaurando en el plano personal (con enormes ventajas si somos capaces de gestionarla correctamente), pero todavía está lejos de desplegarse en el mundo profesional. Las compañías tienen dificultades para responder a las nuevas y estrictas exigencias: la avalancha de correos electrónicos nos impide contestar inmediatamente, cuando cerrar un acuerdo depende (entre otros factores) de estar ahí en el momento adecuado. El marketing y la publicidad se están viendo afectados por esta tendencia que le obliga a ir, ya no un paso por delante, sino a responder de forma instantánea a las necesidades de un público más personalizado. Ya no sirve ser dinámico, la publicidad y el marketing deben acertar de pleno en cada campaña, para cada consumidor y tener en cuenta todas sus especificidades; lo más importante de todo: deben hacerlo, por supuesto, a través de medios digitales, pero también a través de los tradicionales o impresos.

Necesitamos rapidez, queremos agilidad, reclamamos inmediatez, pero también debemos exigir la pausa. ¿Seremos capaces de conciliar la hiperinstaneidad con la profundidad, de dar a las cosas el tiempo que necesitan y merecen, de no aturullarnos con la incesante tormenta de eventos, de reflexionar siquiera un momento antes de opinar, de actuar, de aceptar o rechazar? ¿Podremos asimilar información más allá de lo que dura un tuit? ¿Creemos que la profundidad es un valor, que la reflexión es una necesidad, que el estado es más importante que el flujo? Si el lector contesta que sí, seguramente es de mi generación. Espero que seamos capaces de mantener la capacidad de congeniar agilidad con profundidad, de sobrevivir al mundo hiperinstantáneo.

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